jueves, 11 de junio de 2015

El ángel

Y ahí estaba el ángel. Reposando su cabeza sobre el cordón húmedo. Los ojos abiertos como dos monedas miraban fijamente las pocas ramas desvestidas por el ya entrado otoño de Buenos Aires. Sus alas blancas contrastaban con los adoquines negros levemente iluminados.

Era una de esas calles... debía ser por Chacarita. No sería raro, siempre caen ángeles por esta zona. Se pierden. Vuelan en círculos hasta el cansancio y caen. Un alma que no quiere dejar suelo. Un alma que se aferra a lo terrenal.

Seguramente le clavó un cuchillo. Los malandras son tremendos. No se quieren ir. Quieren quedarse y hacen cualquier cosa para no abandonar. Saben que no podrán jugar más al pool, abrazar la cerveza cuando ya sea muy tarde o bailar unas cumbias con la primera que se les cruce en el camino.

Me pregunto si el ángel se fusiona de alguna manera con esa alma en pena. Quizá sea eso. El alma se encarna en el ángel y cae al llano. No deben ser puñaladas lo que los hacen caer.

Ahora suspira. Sus movimientos son en extremo humanos. Se incorpora lentamente y los rulos rubios se acomodan plácidamente. Se pierde en lo oscuro. En lo ridículamente oscuro. Sus alas se esfuman mientras se sumerge en el bar y baila un tango, olvidándose de las penas, perdidas en una patética fusión.