domingo, 13 de diciembre de 2015

La gota del sol

Si hay algo que le gusta a la ciudad que respira por las alcantarillas y que nos guiña con sus semáforos, es hacer sufrir. Buenos Aires nos hace transpirar la gota gorda. Es el subte que se va, el bondi que no para o el tren demorado. Es el asfalto que nos abraza con su calor. Es el insulto al aire, que rebota entre veredas y puede herir hasta al peatón más atento.

sábado, 12 de diciembre de 2015

El abrazo

Y estaba vez no le hizo falta nada más que abrazar el deseo sexual y masturbarse sin parar durante dos horas seguidas. Esa era su condena. No poder dejar de abrazar. No poder evitar que sus brazos abstractos sientan el calor del deseo que sale de las tripas y se desparrama por todo el cuerpo. La inevitable necesidad de llegar al placer. Placer de monos. Abrazo de humanos.

jueves, 11 de junio de 2015

El ángel

Y ahí estaba el ángel. Reposando su cabeza sobre el cordón húmedo. Los ojos abiertos como dos monedas miraban fijamente las pocas ramas desvestidas por el ya entrado otoño de Buenos Aires. Sus alas blancas contrastaban con los adoquines negros levemente iluminados.

Era una de esas calles... debía ser por Chacarita. No sería raro, siempre caen ángeles por esta zona. Se pierden. Vuelan en círculos hasta el cansancio y caen. Un alma que no quiere dejar suelo. Un alma que se aferra a lo terrenal.

Seguramente le clavó un cuchillo. Los malandras son tremendos. No se quieren ir. Quieren quedarse y hacen cualquier cosa para no abandonar. Saben que no podrán jugar más al pool, abrazar la cerveza cuando ya sea muy tarde o bailar unas cumbias con la primera que se les cruce en el camino.

Me pregunto si el ángel se fusiona de alguna manera con esa alma en pena. Quizá sea eso. El alma se encarna en el ángel y cae al llano. No deben ser puñaladas lo que los hacen caer.

Ahora suspira. Sus movimientos son en extremo humanos. Se incorpora lentamente y los rulos rubios se acomodan plácidamente. Se pierde en lo oscuro. En lo ridículamente oscuro. Sus alas se esfuman mientras se sumerge en el bar y baila un tango, olvidándose de las penas, perdidas en una patética fusión.