Si hay algo que le gusta a la ciudad que respira por las alcantarillas y que nos guiña con sus semáforos, es hacer sufrir. Buenos Aires nos hace transpirar la gota gorda. Es el subte que se va, el bondi que no para o el tren demorado. Es el asfalto que nos abraza con su calor. Es el insulto al aire, que rebota entre veredas y puede herir hasta al peatón más atento.
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